martes, 25 de febrero de 2014

HISTORIAS DE LIBRILLA. (Curiosas).


Aprovechando el agua que venía de Fuente Librilla, había dos molinos: “Molino Grande” y “Molino Chico”. Para quienes no lo sepan, la potencia que impulsa las ruedas, depende del caudal y de la altura del salto; el Molino Grande, tenía un gran salto de agua que daba para impulsar varias ruedas. Este molino, de día molía y de noche, hacía electricidad con una dinamo. Los pudientes del pueblo, tenían luz eléctrica en sus casas a finales del siglo XIX.
El “Tío Curro”, se dedicaba a la compraventa de ganado y tenía un corral a las afueras del pueblo por su parte este. Anécdota:
El tío Curro compró unos novillos que se le pasaron de edad y se convirtieron en toros. Mi abuelo Rosendo, era el mulero-jefe de la finca Comarza, propiedad de don Antonio Díez-Cañavate (catedrático de derecho en Madrid y abuelo de los Garrigues Walker). El tío Curro pidió al administrador de la finca que mi abuelo intentara domar a los toros, no se atrevía nadie a acercase y le tiraban la comida desde lejos. Y mi abuelo los domó; llegó a labrar con ellos.
En un Pleno del Ayuntamiento de Librilla, un concejal propuso lo siguiente: “Que se ponga alumbrado eléctrico en la calle General Aznar (hoy, doctor don Servando García) porque los toros del tío Curro estuvieron a punto de arrollar a unos transeúntes”.
En un Bando de la Alcaldía y también de finales del XIX, se prohibía a los mozos “rebuznar” por las calles a partir de la once. Lo de “rebuznar”, es textual en el libro.
En otro Bando de la época, se prohibía a los novios hablar con las novias por las gateras.
La gatera, era un agujero hecho casi a ras del suelo para que el gato entrara y saliera a la casa. Se cerraba generalmente con un canto rodado de buenas dimensiones. Casi todas las casas, tenían su gatera.
Las visitas de los novios a las novias, como mucho, eran dos a la semana. Si era en verano en la calle a la fresca y si en invierno, junto a la chimenea. Cada uno en su silla y bastante separados, con el resto de la familia.
Era costumbre de la época que las mujeres llevaran varias enaguas. No había elásticos y las enaguas se ataban con cintas. Las enaguas, llevaban una apertura para poder ponerlas o quitarlas. Y las mozas, el día que tocaba visita del novio, ponían todas estas aperturas del mismo lado para que el novio pudiera meter la mano. Y ahora, lo de la gatera…

El novio se iba cuando la familia decía de acostarse. Pero, al rato volvía y se ponía a hablar con la novia por la gatera. Esto no era otra cosa que: la novia se ponía en cuclillas por dentro y el novio desplazaba la mano a través de la gatera y palpaba lo que se le ponía a su alcance. De ahí lo que prohibía el alcalde en su bando. 

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